Esta obra ha sido escrita con aprecio y amistad para dos clases de lectores: los que gustan de la Orden del Templo y leen ocasionalmente algún tratado sobre los caballeros que la formaban y, muy especialmente, para los que han pasado casi toda su vida leyendo, descifrando, estudiando, profundizando y devorando abrumadoras cantidades de literatura templaria. Los que han adquirido de esta forma tan personal y privada un saber tan profundo y valioso que no han dudado nunca en asegurar que de la Orden del Templo lo saben todo... Puedo asegurar que, de la vida pública de la Orden del Templo, puedan creer que están al tanto de todo, y señalo además que puedan creerlo porque en asuntos de investigaciones, búsquedas y estudios, hay que tener muy en cuenta si las fuentes documentales de cuyas entrañas hemos tomado el saber proceden de archivos históricos acreditados o del escritor de turno. Sin embargo, cuando analizamos estas categóricas respuestas, surge en nosotros una pregunta como por arte de magia: saben mucho de la vida pública, pero ¿qué saben de la cotidiana? Saben, por ejemplo, ¿quién les lavaba la ropa; cómo estaban conformados sus refectorios; modo de sentarse en el comedor según su grado; de qué forma practicaban sus diferentes oficios; modos de adiestrarse para la batalla; cómo eran distinguidos según su rango; disciplinas para cuidar el ganado y un sinfín de rutinas cotidianas que eran convividas a intramuros del lugar donde usualmente moraban?